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Manuel Marlasca: «Si los jueces ceden, los políticos perpetuarán el latrocinio y la golfería»


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Ha heredado de su padre el pelo pegado a la frente y la vocación por el periodismo. Manuel Marlasca recuerda haber pasado los fines de semana de su niñez en la redacción del diario Pueblo, donde trabajaba su progenitor. En esta entrevista, concedida a Fuera de micrófono en el arranque de una nueva temporada televisiva en Mediaset, confiesa que llegó a pensar entonces que no había otra opción en la vida que ser periodista.


Su trayectoria profesional comenzó a finales de los años 80 en las madrugadas de Antena 3 Radio, con Carlos Pumares, y tuvo su continuidad en el Diario Ya, donde le hicieron un contrato para cubrir la baja de Jesús Duva, un gran periodista especializado en sucesos. Después, vendrían los periódicos El Sol y Claro, la revista InterviúEl Mundo y las colaboraciones en Antena 3, La Sexta y Onda Cero. Actualmente, trabaja para la productora de Ana Rosa Quintana, Unicorn Content. Son ya 38 años de oficio, con una dedicación casi exclusiva a la crónica de los sucesos. Su máxima en el oficio se la regaló su padre: trabajar un poco más que el de al lado.


«El haber estado tantos años viviendo de cerca las consecuencias de la maldad, el dolor, el horror, los atentados, los accidentes y todo tipo de desastres –afirma Marlasca en esta entrevista– te pone en tu sitio, para bien y para mal. Te permite entender que los problemas a los que nos enfrentamos cada día no tienen nada que ver con las tragedias de las que he sido espectador». Hemos creado, en su opinión, una sociedad donde siempre se apela al sentimiento y no a la razón.


El atentado de ETA en la plaza República Dominicana o el 11-M -«el dolor que lo impregnaba todo; ese dolor físico que pesaba y te aplastaba»- le han dado argumentos para considerar que «nadie puede interactuar con exterroristas, como si fueran actores políticos».

-Lleva casi 40 años haciendo sucesos y admite que tiene más amigos en la policía que en el periodismo

 

Hay algunas cosas que le duelen -«que se queden en su puto pueblo»- y otras que no entiende, como intentar ser periodista desde un ordenador, con cuatro redes sociales, un buen buscador y un móvil. El periodista de calle, lamenta, «se está convirtiendo casi en una especie en extinción».

PREGUNTA.- Tu padre, Manuel Marlasca, fue un gran reportero, un periodista de raza, especializado en sucesos.

RESPUESTA.- Fue reportero de sucesos en el diario Pueblo. Yo me crie, como quien dice, en aquel diario. Desde los tres o cuatro años, pasaba allí los fines de semana, por una circunstancia personal. En aquella época, mi padre pasó por las secciones de Local, Sucesos, incluso por Deportes, y llegó a ser subdirector del periódico antes de su cierre, decidido por Javier Solana. Casi pensaba que no había otra cosa en la vida que ser periodista. Pero que yo haga sucesos es una casualidad. Trabajaba en un periódico que tú conoces bien, el diario Ya. Llegué en el año 1987 y en enero de 1988 me encargaron cubrir la baja de un compañero que se marchó a El País, Jesús Duva, un maestro, a quien le debo gran parte de mi carrera. El director del YaRamón Pi, me dijo: «Chaval, te hacemos un contrato si quieres hacer sucesos». Dije: «Lo que usted diga, director». Porque, entonces, se llamaba de usted a los directores, claro. Y así empezó todo.


P.- ¿Cuál ha sido la lección más importante que aprendiste de tu padre?

R.- La ética del trabajo. Que siempre hay que trabajar un poco más que el resto, en algo tan competitivo como eran los periódicos de entonces, donde nos medíamos todas las mañanas, o incluso en las madrugadas, cuando ibas al VIP a ver la primera edición. Mi padre me enseñó -y eso es lo que yo he intentado también transmitir a la gente que ha trabajado conmigo durante estos años-, que aquí no hay ninguna fórmula mágica. El único secreto es trabajar un poco más que el de al lado. Si trabajas más que el de al lado, o por lo menos lo mismo, vas a poder competir. Otra lección que aprendí de mi padre es una frase que repito muchas veces, cuando estoy al frente de un equipo: «no les voy a pedir nada que yo no sea capaz de hacer». Cuando alguien está en la calle, de enviado especial o comiéndose una espera, yo ya he hecho todo eso. Sé, perfectamente, cómo se hace.


P.- Llevas casi 40 años haciendo sucesos. Después de ser testigo de muchas historias dramáticas, ¿se ve la vida de otra manera?

R.- Yo creo que sí.

P.- ¿Te haces mejor persona?

R.- No. Mejor persona creo que no. Ni para ser periodista hay que ser buena persona, ni ninguna zarandaja de esas que tanto daño han hecho a la profesión. Esas experiencias no te hacen mejor persona, pero sí te enseñan a ver la vida de otra manera, de otra forma. Probablemente, te endurezcan. El haber pasado 38 años viviendo tan de cerca las consecuencias de la maldad, el dolor, el horror, atentados, accidentes, asesinatos, todo tipo de desastres…; el haber estado tan cerca de todo eso, te pone en tu sitio, para bien y para mal. Te permite entender que no hay casi nada irresoluble. Los problemas a los que nos enfrentamos cada día no tienen nada que ver con las tragedias de las que yo he sido espectador y de las que a veces me he tenido que empapar para trabajar. Perder a un hijo en unas circunstancias violentas o perder a tu familia entera en un accidente de avión o de tren, tiene muy poco que ver con lo que la gente entiende por problemas o pequeños dramas. Somos muy dramáticos. Estamos creando una sociedad muy frívola, donde siempre se apela al sentimiento y no a la razón. Eso tiene un problema: oculta lo que es una tragedia de verdad.

«En el 11-M el dolor lo impregnaba todo; era un dolor físico que te aplastaba»

P.- ¿Cuál ha sido el suceso o que más te ha impactado?

R.- Es complicado. Recuerdo, en mis inicios -finales de los años 80-, muchos atentados de ETA en Madrid, con todo lo que eso significaba. La primera información que hice en la calle para la radio, en mi primer trabajo, fue el atentado de ETA en la República Dominicana. El asesinato de 12 guardias civiles. El 11-M también fue terrible. El dolor lo invadía todo. Era muy difícil ir a cualquier escenario, ya fuesen las estaciones, el IFEMA… El dolor lo impregnaba todo. Era un dolor que pesaba, un dolor físico que te aplastaba. Otras pequeñas tragedias o sucesos, que a lo mejor no han impactado tanto, ni han tenido tanta repercusión, porque afectaban a menor número de personas, los he vivido de una forma especial por la razón que sea. Pienso, por ejemplo, en los casos de Anabel Segura o de Rosana Maroto, una joven que asesinaron en Valdepeñas y que estuvo desaparecida mucho tiempo, hasta que su asesino confesó donde estaba el cadáver. Son sucesos que no han afectado a tanta gente, pero que te marcan por la relación personal que estableces con las víctimas.


P.- Empezaste en la radio, pasaste por el YaEl SolClaroInterviúEl Mundo, después has hecho televisión… ¿Dónde te has encontrado más a gusto o se ha reconocido mejor tu trabajo?


R. No lo sé. Afortunadamente, he trabajado bien en todos los sitios, porque me he dedicado a trabajar, nada más. Esto, que parece una boutade, no es así. No me he dedicado a andar por los despachos, ni nada parecido. Me he dedicado a trabajar. Siempre pongo el ejemplo de John Ford, cuando lo llamó el Comité de Actividades Antiamericanas. Se sentó y, delante de todos aquellos congresistas que se lo querían pelar, dijo: «soy John Ford y hago películas del Oeste; eso es todo lo que tengo que decir». Pues, yo, allí donde he ido, he dicho siempre lo mismo. «soy Manuel Marlasca, hago sucesos y escribo de esto». Me ha dado un poco igual todo el ruido de alrededor.


Si me preguntas dónde me he sentido más a gusto, te diré que me he divertido mucho en los periódicos. Las redacciones de los periódicos tenían ese punto de locura, de anarquía, donde había siempre unos personajes maravillosos. Esas redacciones son irrepetibles. Los periódicos de ahora ya no son como los de entonces. El medio más poderoso, evidentemente, y de mayor penetración es la televisión.


La televisión es arrolladora. Uno es consciente de su poder cuando empieza a trabajar en ella. Por eso, hay que tener un celo especial y un plus de responsabilidad cuando estás dirigiéndote a tantísima gente. Luego, como medio en el que me encantaría pasar mis últimos años, está la radio. Es un medio agradecido y no hace falta que te maquillen ni nada parecido. Con un micrófono, la voz y los silencios, puedes crear un lenguaje maravilloso.


P.- Te he seguido en Territorio Negro (Onda Cero), con tu amigo y compañero Luis Rendueles.

R.- Con mi compadre, Luis Rendueles. Nos conocimos en El Sol, hace ya 35 años.

«Comprendo que me llamen ‘buitre carroñero’; forma parte de nuestro trabajo»

P.- ¿Cuántas veces te han llamado buitre carroñero?

R.- Pero lo comprendo. Forma parte del trabajo de uno. Me responsabilizo de mi trabajo, respondo por lo que yo hago. Y he cometido, seguramente, muchísimos errores. Los cometo cada día, quiero pensar que casi nunca con mala intención. Cometo errores y me equivoco, pero me hago responsable de lo mío.


Muchos periodistas, muchos comunicadores –llámalos como quieras- han cometido excesos. Esto puede provocar que, con el trazo grueso, se tache a todo el mundo de buitre carroñero. En cualquier caso, el periodismo de sucesos es el único que está sometido a un juicio tan severo. Todo el mundo opina en las redacciones sobre cómo debe cubrirse un suceso. Todo el mundo tiene una teoría acerca de un desaparecido o del asesino. 


Yo no iría al compañero de Economía a decirle como subiría el Dow Jones o el PIB. No, no se me ocurriría. El de Deportes es el otro más afectado. Todo el mundo sabe qué fórmula le puede funcionar a Xabi Alonso en el Real Madrid. Todo el mundo se atreve a juzgar a los especialistas en sucesos. Y, lo que es peor: ahora -con el pudridero este de las redes sociales-, cualquier cantamañanas, sentado en un sofá, te dice cómo hacer tu trabajo. A todos estos les invitaría a estar un par de semanas haciendo sucesos, porque se habla con mucha ligereza. Es verdad que se cometen errores y excesos. En nombre de la información, se han cometido muchas tropelías, pero ser reportero de sucesos es algo muy complicado. Tan complicado que no quedan casi profesionales que se dediquen a ello.


P.- ¿Hay más sensacionalismo que en otros géneros periodísticos?

R.- Sí. Porque apelas a los sentimientos, a algo con lo que es tan fácil identificarse, como ser víctima de un delito. Todo eso hace que el público empatice enseguida. Tú puedes admirar a Amancio Ortega, envidiar su vida, admirar su trayectoria, o te encantaría ser Karim Benzema, pero es difícil empatizar con ellos. Sin embargo, ¡cómo no vas a empatizar con el padre de Diana Quer, por ejemplo! Es muy sencillo empatizar con él. Por eso es tan fácil cruzar la línea que separa la información del sensacionalismo.


Yo aplico una fórmula que traslado a quienes trabajan conmigo: nosotros no hacemos entretenimiento. Nos dedicamos a la información. No mezclemos. Esto es información pura y dura, y todo lo que no sea información -que apele a los sentimientos, que apele a la pena, que busque coger de la mano a alguien– hay que rechazarlo. Tú eres un periodista, no eres miembro de una ONG, no eres una monja, no eres un enfermero. Eres un periodista que va allí y lo cuenta. Luego, cuando se apaga la cámara, si quieres, le das todo el cariño del mundo a la víctima. Pero, mientras tanto, eres un periodista y te tienes que limitar a comunicar y a dar voz a quien haya que dársela. El resto es otra cosa.

«Tengo más amigos en la policía que en el periodismo»

P.- El periodista que hace información política no debe ser amigo del político, ¿en los sucesos es necesario tener amigos dentro de la policía?

R.- Yo tengo amigos policías.

P.- ¿Más amigos policías que amigos periodistas?

R.- Después de tantos años, sin duda. El gremio de los policías es mucho más de fiar que el de los periodistas. Sí, tengo más amigos en la policía que en el mundo del periodismo. Hay que tener muchas fuentes de información. El periodismo de sucesos vale lo que valgan tus fuentes. Yo no estoy en televisión por alto -es obvio-, ni por guapo, ni por joven, sino por mis fuentes de información. Por saber a quién hay que recurrir en cada momento. Eso se consigue con una inversión a largo plazo.


Muy, muy, a largo plazo. Por eso no quedan periodistas de sucesos; porque hay que invertir mucho tiempo para que germinen y den el resultado que tienen que dar. Evidentemente, hay que tener fuentes de información que puedan confirmar una noticia y fuentes que te proporcionen determinado material para elaborar una información, un reportaje. A veces, esas fuentes acaban convirtiéndose en amigos. Y, a veces, a esas fuentes les das un disgusto, evidentemente. Pero, siempre que seas riguroso y justo, no va a haber ningún problema. La ventaja que tienen las fuentes policiales, frente a las fuentes políticas, es que nunca tienen intereses espurios. Un policía no gana nada filtrándote información. Es más, se puede meter en problemas. Mientras que un político, por lo general, trata de engañar, manipular y ensuciar. El policía no tiene esos intereses. Obviamente, tienes que tener amigos policías, igual que fiscales, jueces, guardias civiles y abogados.


Los abogados son los únicos que sí pueden tener intereses espurios y conviene tener mucho cuidado. Cuando uno trata con un abogado, hay que poner todas las precauciones que yo tendría si trato con un político. Si este me está contando algo, algún fin tendrá para contármelo. Hay que tratarlo con precaución, para que no estés sirviendo a intereses ajenos a la información. Uno se debe a la empresa que le paga y a sus lectores o espectadores. Yo no me debo a ningún policía, a ninguna corporación, ni a ningún abogado.

«En el periodismo de sucesos la prioridad tiene que ser siempre la víctima»

P.- ¿En algún momento te has autocensurado para no hacer daño, por ejemplo, a familiares de la víctima?

R.- Sin duda. El periodismo de sucesos exige un plus de responsabilidad. Tú no puedes, por anotarte una medalla, victimizar otra vez a una víctima. En el centro del periodismo de sucesos tiene que estar siempre la víctima. Tiene que ser la prioridad. Ninguna información merece que victimices otra vez a alguien, o que pongas en peligro una operación policial. En el trabajo diario, si uno frecuenta instalaciones policiales, brigadas o comandancias y pone la oreja, se entera de operaciones que están en marcha. Operaciones que, si se publicitan, puede hacer daño a la investigación. Muchas veces guardas esa información, se te queda cara de idiota, pero más vale tener diez veces cara de idiota a que un día te ponga colorado una fuente de información porque la has traicionado.

P.- ¿Qué tal te llevas con el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska?

R.- Hemos coincidido en actos, pero no tengo una relación personal con él. No te puedo decir si me llevo bien o mal porque no me llevo. Ya está.


P.- ¿Y cómo valoras su gestión? Hay quien dice que es el peor ministro del Interior de nuestra historia democrática.

R.- Yo no me atrevería a tanto. Le conocí como juez de la Audiencia Nacional también. Creo que la política lo ensucia todo. Pasará a la historia no como un buen juez, sino como político. Y, como político, el juicio suele ser siempre muchísimo peor. Creo que ha sido un buen ministro para la Policía y que la Guardia Civil se ha sentido muy perjudicada por su gestión. Al final, cuando uno tiene una mochila de débitos con quien le ha colocado ahí, hace cosas que seguramente van contra su estómago y hasta contra su corazón. Pasa con este ministro y ha pasado con muchos otros. Ahora mismo, todo el Gobierno está en modo supervivencia y al ministro del Interior lo han dejado muchas veces solo.



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P.- Ha sido reprobado en el Congreso y en el Senado.

R.- Sí, sí, pero en sus propias filas también le han dejado solo. Y eso debe ser terrible. No podría hablarte bien de ningún político; sería incapaz. Mi juicio va a ser igual de severo con cualquier político.

P.- Hay crímenes execrables, violaciones, asesinatos…  ¿Puede llegar a entenderse que una madre o un padre se tome la justicia por su mano?

R.- Nunca es justificable, pero, cuando uno se pone en la piel de esas víctimas, lo comprende. Esto no es la ley de la jungla. Vivimos bajo unas normas y hay una cosa que se llama Código Penal que da el reproche adecuado a comportamientos inadecuados. El Código Penal, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y todo el cuerpo legal que regula nuestra actuación tiene que servirnos a todos. Con lo cual, si alguien se toma la justicia por su mano, pues tiene que ser castigado, obviamente. Que esa madre o ese padre genere nuestra comprensión, nuestra empatía, no le exime de ser castigado. Si no hay castigo, convertiríamos la sociedad en una jungla. A mí no me gustan los anarquistas, ni la gente que quiere abolir las leyes. Tampoco me gustan los que regulan demasiado. Ni los que nos dicen cómo tenemos que hacer todo. Pero, no quiero que la sociedad en la que vivo se convierta en una jungla.

«Los jueces son el único dique que queda para sostener nuestro Estado de derecho»

P.- ¿Cuántos inocentes puede haber en las cárceles españolas?

R.- Hay muchos, seguro. El sistema penal no es perfecto. Hay gente que paga cuando no tenía que pagar, y otra que se cuela por los agujeros del sistema penal y queda absuelta. Pero, claro, el sistema penal lo administran personas que cometen tantos errores como tú o como yo, pese a que su responsabilidad es infinitamente mayor que la nuestra. No obstante, soy un firmísimo defensor del Estado de derecho y de nuestro sistema judicial. Es muy tentador querer derribar nuestro Estado de derecho con esas mamonadas de la justicia heteropatriarcal o diciendo que los jueces provienen de una élite. Los jueces son el último dique que queda para sostener nuestro Estado de derecho. Si los jueces ceden, esto se viene abajo y los políticos tendrán todo para ellos. Podrán perpetuar sus sistemas, podrán perpetuar el latrocinio, el robo, la golfería… Y es lo que se está buscando ahora: desprestigiar e ir minando todo nuestro sistema judicial. Creo que la gente no es consciente del peligro que esto puede acarrear.


P.- No hemos hablado de tu faceta de novelista. Tu primera novela negra, Tú bailas y yo disparo (Editorial Destino), ha tenido una buena acogida entre los lectores. ¿La realidad supera a la ficción?

R.- Siempre. Fue un esfuerzo bastante grande sacar de mí al periodista que llevaba 37 años escribiendo para periódicos, revistas, radios, televisiones, e intentar hacer literatura. No quería ser un periodista más que escribe una novela. No. He sido muy cuidadoso en la forma, en el fondo y en la construcción de los personajes. Porque, antes que periodista y lector, creo que solo soy madridista. Nada más. Soy un gran lector y le tengo mucho respeto a la literatura. Entré en la literatura de puntillas, diciendo: a ver si merezco estar ahí. La respuesta, tanto de la editorial como del público, ha sido buena. Eso me ha permitido escribir una nueva novela. Esta segunda me está costando menos escribirla y la experiencia está siendo maravillosa. Saldrá el año que viene, seguramente.

 

P.- Se calcula que en España hay más de 20.000 desaparecidos. ¿Existen demasiados casos sin resolver?

R.- La madre de Rosana Maroto, la chica de Valdepeñas que llevaba muchos años desaparecida, me dijo que nunca podría cerrar el duelo porque no lo podía abrir. Eso es terrible. Las familias de los desaparecidos viven en ese limbo de duelo, que no es un duelo de verdad. No lo abres y, por tanto, no se cierra nunca. Hay ahora 6.000 casos abiertos por desaparición. Gracias a Paco Lobatón y a asociaciones como SOS Desaparecidos, se puso en la agenda política -como dicen los cursis- el tema de los desaparecidos. Es muy enriquecedor, personal y profesionalmente, conocer ese dolor de primera mano.

P.- Has hablado de la responsabilidad del periodista, pero los medios de comunicación somos también culpables de excesos, como ocurrió en el caso Alcàsser.

R.- Nadie estaba preparado para un crimen como el de Alcàsser. No estaba preparada la Guardia Civil, que hizo una investigación regular, y no estaba preparada la sociedad española. La sociedad venía de los crímenes de la España negra, del crimen de Puerto Hurraco, de señores con escopetas loberas que mataban por cuitas ancestrales.

La España negra de toda la vida. Y, de repente, hay un tipo, Antonio Anglés, que nos mete en la modernidad del crimen. Que mata de forma pragmática para evitar ir a la cárcel. Aquel crimen, de un cariz anglosajón, nos pilló a todo el mundo a contrapié. Nadie estaba preparado. La prensa tampoco. Se personaliza todo en la figura de Nieves Herrero, cuando creo que nadie estuvo a la altura en aquella cobertura. De todo eso también se sacan lecciones. Todo el mundo aprendió de Alcàsser, igual que todo el mundo aprendió de Marta del Castillo. Nieves Herrero es una periodista que ha hecho mucho más que el caso Alcàsser.


P.- ¿Llegaste a conocer a Margarita Landi?

R.- La conocí, porque colaboraba en Interviú. También me la encontré alguna vez en televisión.

P.- ¿Quiénes han sido, en tú opinión, los periodistas más destacados en sucesos?

R.- Cuando yo empecé, había una grandísima generación de periodistas de sucesos. Estaba Ricardo Domínguez, en ABC, que creó escuela. Y esa escuela sobrevive. Los dos más veteranos que quedamos somos Pablo Muñoz –que sigue en ABC– y yo. Somos los decanos, los más viejos del lugar. Jesús Duva también creó una escuela alrededor en del diario El País. 



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De ella han salido Luis Fernando DuránJavier Barroso y el actual director del periódico, Jan Martínez Ahrens. Ha habido grandes periodistas de sucesos. Coincidí durante una época, en la calle, con Ángel ColodroJosé Luis Guardia (Diario 16)… Había una competencia muy interesante. ¿Qué ocurre ahora? Que a los medios no les compensa tener a un periodista especializado en sucesos. Porque, para que germine y de frutos, tiene que pasar muchos años haciendo agenda y ganándose la confianza de unas fuentes tan delicadas como esas.


P.- Los ‘telediarios’ son pródigos en noticias de sucesos que mejoran la audiencia…

R.- Sabes perfectamente que en las televisiones nos auditan a diario. Los niños y las niñas de las curvas, que son los que analizan la audiencia, dicen: estos treinta segundos de colas de sucesos funcionaron muy bien. Pues, venga, a meter más sucesos. Bien, perfecto, mientras se traten con el rigor adecuado.

«En las redes, la opinión de un borracho vale igual que la de un catedrático de Derecho Penal»

P.- Sería viable hoy un periódico como El Caso.

R.- El Caso era el diario de las porteras y vendía cifras astronómicas. Yo lo llegué a conocer cuando era semanario. Creo que hoy no sería posible. Ahora sería impensable contar aquellas historias, con la misma cobertura gráfica. La sociedad tiene otra sensibilidad. Eso no quiere decir que se hicieran mal las cosas. El Caso tenía grandes reporteros, con una calidad literaria que ahora se echa mucho en falta en la prensa. Atesoraba grandes historias, con la máxima calidad literaria en sus textos. Sintonizaba y conectaba con una España que ya no existe.

P.- Recuerdo la historia de El Lute y su detención.

R.- Las envenenadorasEl jarabo y todo aquello le dio una cobertura estupenda. Ahora, seguramente, El caso sería víctima del clickbait (ciberanzuelo). El lute sería «La fuga que no te va a dejar indiferente» o algún titular de ese tipo.


P.- ¿Hasta qué punto lo políticamente correcto y las redes sociales condicionan la tarea del periodista?

 R.- Siempre le digo a mi gente: trabajad al margen de las redes sociales. Las redes sociales son ese sitio donde la opinión de un borracho vale lo mismo que la de un catedrático de Derecho Penal. Las redes no te dicen: ojo, que este es un borracho y este otro un catedrático. No hay distinción. Están al mismo nivel. El borracho, además, puede trabajar en un medio de comunicación, pero no deja de ser un borracho, un mamarracho, un cómico, o cualquier otra cosa. Entonces, se permite hablar de Derecho Penal con la misma solvencia que un catedrático. Hay que vivir y trabajar al margen de las redes. Las redes sociales fueron bien intencionadas en un primer momento, pero ahora sólo están para el mal en todas sus variedades.

«El periodista de calle se está convirtiendo en una especie en extinción»

P.- ¿Se está perdiendo el periodismo de calle?

R.- El buen periodismo se hace en la calle y se está perdiendo. Si tú quieres ser reportero de sucesos, tienes que estar en la calle.

P.- Y salir por la noche a tomar una copa con un policía para que te cuente algo.

R.- Afortunadamente, los policías ya no beben. Puedes tomarte un café o un batido de proteínas en su gimnasio. Ha cambiado ese paradigma y ahora es mucho más agradecido. No se puede pretender ser periodista desde un ordenador. Cuando uno habla de una noticia, tiene que saber cómo huele el sitio al que va, ver los colores, escuchar el acento de la gente… Debes transmitir todo lo que hay alrededor de esa noticia. ¿Cómo vas a cubrir cualquier suceso desde la redacción? Es impensable. Pero, cada vez hay más gente que piensa que se puede hacer periodismo con cuatro redes sociales, un buen buscador y un teléfono móvil. Como la milonga del periodismo ciudadano, que se le ocurrió a algún gilipollas: que alguien, con un teléfono, podía convertirse en periodista. No, porque no sabes, no contextualizas… Ves algo en la calle, lo grabas y ya está. El periodista de calle se está convirtiendo en una especie en extinción.


P.- En alguna entrevista has dicho que se ha sentado a los malos en el Congreso. ¿Te refieres a Bildu?

R.- Hay un libro de un periodista italiano (Mario Calabresi), hijo de un policía asesinado, titulado Salir de la noche (Editorial Libros del Asteroide). En ese libro hay una frase que define perfectamente esa situación: un terrorista, cuando haya cumplido su condena, tendrá que tener su vida, pero nunca va a dejar de ser un terrorista. Así que sal de la cárcel, vete a tu pueblo… Creo que es un cáncer, que está pudriendo la escala de valores de esta sociedad, dar a los exterroristas categoría de interlocutores válidos. No. Eres un terrorista, has cumplido la condena, nadie te va a exigir más responsabilidad penal, pero quédate en tu puto pueblo. Nadie puede interactuar con ellos como si fueran un actor político cualquiera. La brújula moral se está torciendo y se está perdiendo por eso. Si un Estado considera interlocutor válido a un terrorista, los demás, del primero al último, vamos a perder la brújula moral.


Texto de: Javier del Castillo (TheObjective)

 

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